Eso de las modas y los cambios de costumbres siempre ha existido.
Y en mis tiempos, los padres se enfadaban con sus hijos sobre las nuevas formas
de vida que éstos iban adquiriendo. El enfado de los padres no era tanto por el
nuevo estilo de vida adoptado por sus vástagos, sino por no continuar con lo ya
establecido, con la costumbre, con la tradición. La nueva vida del hijo no era
por llevar la contraria a los padres, sino como forma de reivindicarse en el
mundo, en la vida, como un llamar a la puerta del avance y del progreso, siendo
unas veces conscientes y otras inconscientes de lo que podía acarrear lo nuevo
por establecer, y el poco conocimiento o el mal uso de las palabras avance y
progreso, la mayoría de las veces prostituidas para ocultar la verdadera
realidad: querer hacer lo que venga en gana el día que venga en gana, a la hora
que venga en gana.
A la par de la
existencia de modas y cambios de costumbres, también ha existido siempre, y
asociados a esos cambios, el borreguismo, la magnificencia de lo conseguido, y
el enfrentamiento y la rotura de relaciones con todo aquel que le intente
discutir su nueva cultura y forma de vida. El “conmigo o contra mí” se convierte
en la mayoría de las ocasiones en el lema que agita su bandera, bandera que
como todas las anteriores, las presentes y las venideras acabará desfilachada,
rota y menguada en forma y tamaño de tanta agitación, y tanto ondeaje al
viento. Eso es lo que quizás ellos no saben o lo ocultan si lo saben, lo que es
aún peor y más peligroso, porque lo que hacen y cómo lo hacen lo hacen a
conciencia y con un determinado fin oculto, casi siempre enfocado en el
prójimo, y si es el más débil, mejor, más fácil es todo.
Pero mientras que en
mis tiempos y años posteriores, muy posteriores, esos cambios sociales
juveniles y no tan juveniles se producían más o menos separadas en el tiempo,
en la actualidad los cambios son más veloces, más rápidos, no dando tiempo a
adaptarse a una moda cuando ésta desaparece de la noche a la mañana, y de la
mañana a la noche aparece otra nueva.
El motivo es bien
fácil de adivinar: los creadores de las modas y sus pseudoseguidores quieren la
exclusividad, quieren darse a conocer como una minoría vanguardista, rompedora,
salvadora, respetuosa con los animales (ver la violencia literariamente
hablando de los antitaurinos), deportistas, poco consumistas, ecológicos. En el
momento que el borreguismo ensalza y comienza a agitar su nueva bandera, dicha
cultura o moda desaparece para iniciar la andadura una nueva contracultura con
el mismo fin que la anterior, y por supuesto que la venidera: tratar de vender
cosas y molar, a la par que llamar la atención con un buen número de
imbecilidades y escándalos con el único objeto de mantenerse en la palestra. Si
no ha quien les diga lo guapos y molones que son, comienzan a incendiar las
redes sociales contra todo aquel que no participa de sus estupideces, y cuando
comienzan a darse cuenta que lo que querían hacer (si es que querían hacer algo
de verdad válido) no iba a cambiar el mundo y tratar de adaptarse a sus gustos,
desaparecen de la escena social y aparecen al cabo de un ratito con otro
surtido de imbecilidades y estupideces muy cercanas y similares a las dejadas
por sus antecesores (que en realidad son los mismos, ya que en vez de llevar
pantalón de campana lo llevan de pitillo. Hay que ver lo puesto que estoy en
esto para ser un cura de los siglos XIX y XX). Y es que para ellos, todo lo
masivo no significa nada y tienen que sacar e inventar una nueva y absurda
etiqueta social para poder soportar mejor la estupidez humana, basada, como no,
en el vanaglorismo y en el miramiento de ombligo.
Con la cantidad de
vocaciones sacerdotales que había en mis tiempos, ¿os imagináis que cada poco
tiempo comenzáramos un grupo de curas a tratar de cambiar la liturgia de la
misa? ¿Os imagináis una misa oficiada por una caterva de estos gafapastosos?
Veamos: en vez de utilizar agua y vina en la consagración, utilizarían un
gin-tonic con bolitas negras parecidas a cagarrutas de oveja; en vez de una
oblea de pan, utilizarían pan de pueblo con una corteza de dos centímetros de
gorda, por lo artesanal y fermentación casera, lo que obligaría a sacerdotes de
cierta edad a llevarse a la misa un mortero para machacar la corteza del pan
para poder tragárselo en vista de las poquísimas piezas dentales de que dispone
para atacar semejante lancha de pan; en vez de darnos la mano en la paz, se
inventarían un saludo estilo afroamericano que los feligreses deberían ensayar
media hora antes del comienzo de la misa debido a la complejidad del mismo,
pero santo y seña oficial de dicha congragación; en vez de rezar el
Padrenuestro cogidos de la mano, realizarían la ola, lo que añadiría un plus de
calidad al oficio debido a su compenetración con el deporte, aunque con la edad
media de los feligreses, … no sé yo; y ya en la comunión en vez de dar al
feligrés que así lo desee una hostia consagrada, le darían una rosquilla de San
Isidro o una caridad de San Antón, con el agravante de que, obviamente, los
feligreses comulgados no podría tragarse así como así, teniendo que dar tiempo
para su masticación y quitada de hipo posterior, entrando en este punto de la
misa un nuevo elemento muy nuestro: el vasillo de “limoná”, para tratar de
acelerar la quitadura de hipo y de paso fomentar la gastronomía de la zona,
valor añadido tanto para la misa como el fomento del turismo en la zona. ¡Tope
la misa!
Si todo esto os ha
parecido una soberana idiotez (que lo es, sin parecer ni nada) y lo trasladamos
al día a día, nos daríamos cuenta de la cantidad de imbecilidades que tratar de
meternos por los ojos y por la boca, además de por otros sitios, tratándonos de
convencer que eso es lo que de verdad vale, lo que debe ser, lo que debemos
hacer y seguir para estar en la onda y, cómo no, en la cresta de la ola. No hay
día que pase sin que aparezca un nuevo producto, un nuevo complemento, un nuevo
alimento, un nuevo estudio dirigido sobre tal o cual cosa que avale el nuevo
estilo social estúpido impuesto. Hay mucho y muy variado, pero trataré de citar
sólo algunos, quizás los más llamativos o los que más a mano nos pueden quedar
a nosotros, los “normales”, los “anti”, los “criticaores”, “carcas” y “pasados
de moda”.
-
Cerveza artesanal: esta mezcla de jarabe para la tos, agua
oxigenada y alcohol de noventa y seis a partes iguales, con una graduación
alcohólica superior en algunos casos a los siete grados, está subiendo como la
espuma (no la de la cerveza) Son incontables las marcas de cervezas artesanales
que están surgiendo. Parece como si cada uno de estos visionarios tuviera un
alambique o una destiladora en su casa. Eso sí, ninguno siembra o cosecha su
“cebá”; eso es para otros, suyo es el trabajo artesanal y la comercialización y
convencimiento borreguil. Lo de ir de cañas con este tipo de cervezas puede ser
lo más parecido a una quedada para zampar potitos aguados pero con mucho
alcohol. La anunciada castaña futura es cuestión del número de “cucharás” de potitos.
-
Café de color azul: es el tope de la gama de imbecilidades,
estupideces e idioteces. Se la denomina blue
latte, y se vende por el pírico precio de ocho euracos (no sé si el trago o
la taza tipo café solo negro). Su alto valor nutricionista es que es antioxidante,
de lo que se infiere que este potingue no está fabricado con agua, porque si
hay algo que oxide más que el agua que me lo digan. Dicen que es muy saludable
y que está cien por cien libre de materia animal, lo que no acabo de entender,
ya que el café no es producto animal, a no ser que se refieran al borrico usado
por Juan Valdés cuando baja el café de las montañas colombianas camino al
“tostaero”, o se refieran al mismo Juan Valdés, animal también él pero de otro
estilo. En fin, a ocho euros la tirada, los fabricantes de Lexatín están que
les topa la ropa al cuerpo, por la caída de ventas.
-
Bicicletas viejas para no montar: como estas tribus (no sé si
urbanas o no) no utilizan el transporte público (apoyando lo nuestro que se
llama), utilizan la tracción animal, es decir, la suya, y prefieren, entre
otros transportes, la bicicleta, aunque en muchos casos, o mejor dicho, en la
mayoría, no van subidos en ella, sino empujándola, signo y símbolo de la
confraternización entre hombre y máquina. Pero antes de esa ceremonia, la
máquina ha sido repintada con colores chillones estilo Titanlux a brocha y
papal recogegotas, por si alguna vez les da por madrugar para pasear por en
mitad el campo y ofrecer un colorido campestre rompedor, muy lejos del mimetismo
de la fauna autóctona lo habita, pero esa es la única forma que alguien pueda
reparar en ellos, aunque sólo sea para soltar una borriquería verbal muy propia
y adecuada a la situación. Siempre les quedará la opción, en el piso de treinta
metros cuadrados, de colgarlas en el techo y llenarlas con macetitas de cactus
y bonsáis atados con bridas de electricista, aunque esto último no sea una
buena idea, ya que, con el tiempo, una bolsa de bridas para un electricista
profesional puede llegar a costar cinco euros por brida, con el consiguiente
incremento en las instalaciones eléctricas. Para que luego digan que no
convierten en oro todo lo que tocan.
Foto de Sanz J Danilo
-
Batidos de frutas y verduras (smoothies para los amigos): todo
molón barbudo y gafapastoso debe tomar un batido de frutas (solo) o verduras
(solo) o un potingue de ambos, si es verdad que se considera un rompedor y un
amante de la comida vegana (¿vegetariano de “toa la vida”?), probiótica (seguro
que casi ninguno sabe qué es eso), proteínica (ver anterior paréntesis) y
protectora y preservadora del medio ambiente, aunque esto último solo puede ser
cierto a medias. Después de tomar uno de esos mejunjes, esta tribu nota como
poco a poco van sintiéndose mejor, sobre todo de un día para otro, cuando la
papilla alimentaria comience a hacer su efecto y se pasen toda la noche dándole
voces al señor Roca sin posibilidad de un alivio “levantaor”, aunque sólo ser
para estirar las piernas. Como no pueden reconocer la “tontá” que han hecho,
siempre les quedarán consecuencias buenas conseguidas con el brebaje, como lo
“limpicos” que se van a quedar y su iniciación a la literatura en la biblioteca
del pobre, comenzando, eso sí, con algo fácil y sencillito: Ulises de James
Joyce. Sobre la cuarta página, con permiso duodenal, van a su mesita de noche
para coger uno de sus libros de cabecera, Fray Perico y su borrico, de Juan Muñoz Martín que, para
autoconvencerse de nuevo, dicen que lo leen y memorizan para cuando les cuenten
cuentos a sus hijos. Más cuentistas no pueden ser. Tope.
-
Pan artesano o pan moreno: como ya dije cuando auguré una misa
hípster y molona, el pan de estos contraculturas es un pan con un cortezón de
tres o más centímetros de grosor, conseguida con una fermentación natural y una
cocción lenta. Esto hace que el pan pueda durar algo más de un día, muy lejos
del tiempo que dura una barra caliente de los establecimientos pret-a-porte
orientales que hay cada dos puertas en cualquier ciudad o pueblo más o menos
grande que se precie. Eso sí, el precio de esta maravilla incorruptible y
fibrosa puede rondar los nueve euracos el kilo, lo que hace que no pongamos
cara de extrañeza cuando en un establecimiento hostelero nos cobren diez euros
por un montadito de tortilla francesa sin más más; el pan es artesanal, suele
ser la justificación. Si a eso le añadimos que los huevos son ecológicos (¿o lo
son las gallinas?) y proteínicos, lo que favorece una alimentación macrobiótica
y ortoréxica (que tanto ellos como yo no
sabemos qué significa ese tipo de alimentación aunque mucho me temo que es una
alimentación de “toa la vida” cambiada de nombre, muy de estos molones para
vender y, sobre todo, encarecer productos), los diez euros del “montao” se nos
hacen baratos y dejamos cincuenta céntimos de propina balbuceando algo sobre su
uso en una barbería, síntoma del cabreo que llevamos por ser víctimas de otra
estafa legar a la que nos abocan estos molones. Como el pan, dicen, puede durar
más de un día, decidimos comernos el “montao” a trocitos pequeñitos tipo
miguitas de Pulgarcito durante las cinco comidas que recomienda la OMS para
darle coba a los diez con cincuenta euros del manjar, acordándonos siempre de
nuestra gloriosa barra de Viena con trozos de magras dentro, sólo para
merendar. Han vuelto a convertir en oro (o en miseria, según para quién) todo
lo que tocan.
-
Canastas de frutas (madera de palés para ser más exactos y
llamarle al pan, pan y al vino, vino): en otro intento de llamar la atención,
tanto por la “tontá” como por el engaño, estos urbanitas molones han puesto de
moda las canastas de madera de frutas y los complementos de interior fabricados
con madera de palés. No hay casa molona ni café clónico, restaurante o
establecimiento regentado por esta gente que no tenga mesas, estanterías,
maceteros, armarios (empotrados y sin empotrar), sillas, etc., etc., fabricados
con esa madera. Ellos dicen que son complementos ecológicos, que es madera
reciclada, cuando lo cierto y verdad es que es madera rutilantemente nueva de
puro pino gallego, llegando a hablar diversas federaciones regionales y
nacionales de la madera de una “maderización”, o sea, una tendencia nueva en
los envases con el fin de imitar la madera o realizarlos con madera. Y si fuera
el Amazonas me pondría a temblar pensando en el estropicio que me harían estos
molones madereros en los próximos años. Por cierto, ¿habrán oído hablar estos
listos de la carcoma? Lo mismo la cocinan a fuego lento después de criarla en
su casa pensando que también es comida ecológica.
-
Obsolescencia de Ortega y Gasset: aquello se “yo soy yo y mis
circunstancias” que decía esta buen José lo han asimilado, abanderando y
prostituido de tal forma que todo lo demás se lo pasan por el arco de sus
piernas con galibo bajo con el fin que roce donde debe rozar. Ellos son ellos,
y no los demás, o como los demás, y para conseguirlo y tratar de diferenciarse
del resto de los “normales” han cambiado de nombre a todo aquello que les ha
parecido bien, mejor dicho, más que cambiar de nombre lo han inglesizado, por
no decir idiotizado. Ahora no hay compradores con personalidad comprando lo que
desean, sino “Personal Shooper”, que no es lo mismo; ellos son una cosa y
nosotros otra, pero sigue sin ser lo mismo. Ellos utilizan la técnica del
Mindfulness para trabajar; nosotros, cuando trabajamos, prestamos atención
plena en cada momento en lo que estamos haciendo, aunque no entiendo muy bien
donde está la diferencia de unos y de otros, ¿quizás en que nosotros no tenemos
tantos pájaros en la cabeza cuando trabajamos?. Ellos tienen “coachs” para todo
y consultan con “influencers”; nosotros nos las apañamos como podemos y
aprendemos todos los días del día a día, nuestros éxitos y nuestros fracasos
son nuestros y de nadie más, como nuestras alegrías y nuestras penas. Eso sí,
somos y seremos siempre mucho más libres y personales, sin “coachs” ni “influencers”.
Ellos miran al adelgazamiento para obtener un cuerpo que cumpla con sus cánones
establecidos. Para ello utilizan el “running”, el “crossfit”, el “fitness”, el
yoga, la terapia dietox, comen “clean food” y no comen “bad food” y obtienen el
estado “wellness” después de intentos y más intentos sin conseguirlo, pero
diciendo y vanagloriándose de ello en los círculos adecuados y molones.
Nosotros seguimos comiendo turrón y polvorones en verano, comemos “cascamonos”
de primer plato y una sarta de chorizos y morcillas secados encima de la leñera
como segundo plato. El postro puede ser pan de Calatrava o media sandía, según
si el tiempo acompaña. Luego nos vamos a inflar la rueda de un tractos con una
bomba manual (eso sí, la rueda pequeña). Ellos toman quinoa, bayas de Goji,
aguacates (guacamole), chía, kale (berzad de “toa la vida”); nosotros tomamos
patatas en bicicleta, macarrones con chorizo, migas, gachas, magras, chorizo
cabecero, torreznillos de carántula, tiznao, poleo, atascaburras, patatas al montón,
cebolla con huevo, perdiz en escabecha, sardinas de cuba, tortas de chicharra,
rosquillos fritos, pestiños, roscapiña, torrijas, arrope, y hacemos vinos de
pitarra y mistela con mucho clavo (miedo me da pensar cómo y, sobre todo, con
qué harían ellos la mistela); vamos menudencias tentempiés para pasar la mañana,
… y nosotros tan normales. ¡Mundo cruel!
Estos molones,
hípster, yuccies o como se llamen ahora o dentro de un rato, tienen entontecida
a media sociedad, sobre todo a la parte más joven de ella. Los están llevando a
una sociedad de la excelencia, de ritmos frenéticos, de resultados inmediatos.
Les están creando un entramado sociocultural que les construye sus propias
subjetividades, eliminando de ellos cualquier resquicio de personalidad, lo que
de verdad diferencia a un ser humano de otro. Da pena verlo y mucha rabia
decirlo y denunciarlo, pero considero que solo así se puede llegar a cambiar
toda la tontunez de la que estamos invadidos.
Muchos de vosotros
consideraréis que mi denuncia social es meterme donde no me llaman, que con no
hacerles caso es suficiente; que si no me gusta pues no los sigo y que deje
vivir a los demás, que cada uno haga lo que quiera. Quizás llevéis razón los
que pensáis eso, pero creo que yo también la llevo porque considero que todo
tiene un límite, el de cada persona o ser humano, y el tener a alguien
constantemente intentando cambiar los límites diciendo a los demás lo que deben
y no deban hacer, lo que deben y no deben pensar, lo que deben y no deben
comer, lo que deben o no deben beber, lo que deben y no deben pagar, cómo deben
y no deben vestir, qué música deben y no deben oír, cómo deben y no deben
trabajar, en qué deben y no deben emplearse; en definitiva, qué está bien y qué
está mal.
Muy mal vamos si
nos dejamos llevar y guiar por todas estas formas. El ser humano tiene, o debe
tener, la suficiente personalidad para estar por encima de todo eso, y la suma
de todas las personalidades de todo ser humano que forma nuestra sociedad es lo
que la hace grande y fuerte. La anulación de la personalidad tiene
consecuencias nefastas, terribles y horribles (ver algunos pasajes de la
historia reciente de España y Europa y luego me contáis).
Soy (o fui) un
“carca” (además de muy viejo y muy antiguo), y lo sé (o lo sabía), pero sé (o
supe) lo que soy y siempre he querido (quise) seguir siendo lo que soy; al
menos puse todo mi empeño para que nadie me anulase o me quitase mi
personalidad. Es (o era) mía, y es lo que me diferencia (o diferenciaba) de los
demás seres humanos. Ego sum.
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