miércoles, 5 de septiembre de 2012

LA EUROPA ROMÁNICA



             Sí, ya lo sé. Vale. Sé que llevamos algunos capítulos sobre este viaje por el románico y todavía no lo hemos olido, ni hemos hablado de él. Es cierto, pero todo lo explicado en los capítulos anteriores era necesario hacerlo para que tuviéramos una idea muy clara sobre cómo era aquella época socialmente, y todo lo que pasaba en España durante aquellos años, de manera que nos sea más fácil entender todo lo que rodea y envuelve al arte Románico.

             Hemos hablado de lo que ocurría en España durante la época románica, pero, ¿qué estaba pasando en Europa?, porque, no debemos olvidar, que el arte románico llegó a España procedente de Europa, por lo que se hace necesario echar una miradita al viejo continente y ver que se “cocía” por aquellas tierras.

             “El curita se marca otro rollo histórico patatero, nos vuelve a dormir y se volverá a quejar. ¡Pues vaya! ¡Ahora que parecía que íbamos a ver algo de lanchas.” Este puede ser el pensamiento casi único de todos vosotros, pero, repito, se hace necesaria una nueva explicación para saber cómo estaba Europa.

             Desde la caída del Imperio Romano de occidente hasta el siglo X, Europa se sumergen en una de las épocas más oscuras de su historia. El ordenamiento social y político romano, junto al arte, la cultura y la ciencia se ven gravemente dañados.

             Los desplazamientos masivos de pobladores, las grandes invasiones y guerras contra vikingos, normandos, húngaros y árabes, sumen a Europa, salvo en determinados momentos y lugares concretos, en una situación de precariedad social.

         Las plagas, la pobreza, el hambre y las guerras de la época parecen anunciar el fin del mundo, justificando el terror milenario que el hombre medieval siente durante las últimas décadas del siglo X. El hombre de este siglo, a este clima de intranquilidad, le da una formulación religiosa basada en la oscura profecía del Apocalipsis, como ya vimos en un capítulo anterior.

         Tras el cambio de milenio, y viendo que de fin del mundo nada de nada, renace el optimismo. Se origina un movimiento de acción de gracias y de piedad en la población de este siglo que se manifiesta en el arte, en el arte Románico.

No sólo la vida continúa, sino que muestra una cara más amable al mejorar las técnicas productivas agrícolas, como los enganches a las bestias de tiro. También se inventa la herradura, el arado con ruedas y vertederas, y se comienza a usar la fuerza hidráulica para mover los molinos. Estos avances influyen en un importante aumento de la demografía. Las aldeas, villas y ciudades, de escasa población urbana, mantenían realidades similares en torno a su función campesina.

             Acabado el siglo X se produce una verdadera comunicación de caminos como consecuencia del movimiento general originado por el acercamiento de los distintos monarcas europeos, las comunicaciones entre los numerosos monasterios surgidos, las primeras cruzadas, la adoración de reliquias, los caminos de peregrinación, etc. Todo ello promoverá un aumento del comercio en Europa.

             En el terreno militar, los grandes desplazamientos invasores se aquietan al convertirse al cristianismo pueblos belicosos por naturaleza, mientras en España, la amenaza musulmana es frenada. Sancho III el Mayor de Navarra comienza a sentir la Reconquista como ideal espiritual y no como incremento de territorios.

             Otras fechas escuetas y puntuales para enumerar la cronología de hechos fundamentales del siglo XI, de plenitud románica, podrían ser: la fundación de Cluny –poderosa orden religiosa que instrumenta y da forma a la cruzada espiritual contra el islam- en el año 910, su desgarramiento y separación posterior y formación de la orden cisterciense en el 1098, la invasión de Inglaterra por Guillermo el Conquistador y la batalla de Hastings en 1066, la toma de Jerusalén por los cruzados en 1099.

         La siguiente ilustración pertenece al Tapiz de Bayeux, donde se relata la conquista de Inglaterra por Guillermo el Consquistador.


             Europa, y con ella todo Occidente, salía de la oscuridad histórica del siglo X y del milenarismo. El único foco cultural digno de mención en aquellos años estaba en España, el Califato de Córdoba, que, como ya hemos dicho en el capítulo de la España Románica, a medida que pasaba el tiempo se dedicaban a guerrear entre ellos, produciendo un retraso en la onda expansiva de su religión, el islamismo. Muchos autores hoy día se preguntan qué hubiera pasado si el Califato de Córdoba hubiera prolongado su vida con la misma intensidad de los primeros años de conquista en territorio español.

             Es en las inmediaciones del año 1000 donde se fabrica, se idea y se consolida la unidad intelectual europea que con tanto ahínco había buscado Carlomagno, y que le había llevado a fundar el Imperio Sacro Germánico-Romano. El empuje decisivo para el resurgir del viejo continente lo constituye la unificación y exaltación espiritual de Europa bajo la bandera de la fe y el ideal de un imperio cristiano. La intensidad religiosa de la época permite unir, en lo moral, estados y territorios que en lo político y geográfico se encuentran muy alejados. Una persona que atravesase la Europa medieval en tiempos del románico habría de encontrar menos diferencias que las que presentan las modernas naciones de hoy en el continente. En esas naciones europeas, teniendo presente que hablaban lenguas distintas, utilizaban el latín como lengua de información y transmisión de conocimientos. Ello permitía, por ejemplo, que la función monástica que realizaban los monjes era la misma en todas las partes, pudiendo intercambiarse los monjes de distintas nacionalidades sin que ello supusiera un problema o contratiempo, ni para ellos mismos ni para la comunidad en la que vivían. Recordad que el actual patrono de Europa es San Benito, el fundador de los benedictinos que poblaron Europa unificando criterios con su Regla.

         Veamos cómo estaba dividida Europa alrededor del año 1.000.


       Los monasterios, que en la Alta Edad Media tienen una influencia muy localizada, comienzan a desarrollarse por todas partes, impulsados, sobre todo, por la poderosa Orden de Cluny, fundada a principios del siglo X en Borgoña, y perteneciente a la orden de los benedictinos. Su regla termina imponiéndose en casi todas las abadías que considera suyas diseminadas por todo occidente. Las demás órdenes monacales existentes se reforman, debido a la secularización de la vida monástica.

Los monasterios, debido a su importancia y al hecho de que en muchos de ellos se guardan reliquias de santos, se convierten en centro de peregrinación de creyentes. Estas peregrinaciones son muchas veces fomentadas por los monjes, debido a las ventajas económicas que estas afluencias masivas de gente aportaban a los monasterios.

         Las peregrinaciones a Roma, Jerusalén y, principalmente, a Santiago de Compostela, y el movimiento religioso de las cruzadas, impulsan el intercambio de conocimientos, culturas y formas de vida entre europeos, y entre éstos y el Islam. En torno a las rutas de los peregrinos y en sus puntos estratégicos se levantaron los principales templos y monasterios románicos.

         Los monjes representaban esa clase social de oratores que combinaban la acumulación de grandes excedentes de tierras, extensiones, bienes inmuebles y dinero, con la importancia de sus intervenciones políticas, muchas de ellas determinantes en la historia de la Edad Media y del Arte Románico; porque éste es impensable que surgiera de los paupérrimos laboratores (¡pobrecicos ellos!), aunque sí de la confluencia de la división tripartita de los estratos sociales.

             La Paz de Dios traerá como consecuencia el nacimiento de las estructuras sociales. Esta situación pacífica, de menor riesgo, va a ser un factor importante en la formación de la burguesía, en el desarrollo del comercio y el progreso de las nacientes ciudades.

             Europa, a finales del siglo X, logra un cierto equilibrio y tranquilidad. El Papa se convierte en el poder más universal, coronando en Roma a los Emperadores. Los musulmanes no logran ampliar su dominio en España. El espíritu monástico tiene una línea de organización y poder en Cluny. Un aliento general surge de construir iglesias en un occidente cristiano que más que nunca halla su ligazón en la misma fe, acondicionándola arquitectónicamente para que fuese difícil destruirlas por un incendio, extendiéndose por toda Europa el principio de abovedamiento.

         El mundo cristiano alcanza un alto grado de ilusión y vitalismo.







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