Hola de nuevo chiquetes y chiquetas. ¿Me
echabais de menos? ¿Sí? ¡No me lo creo! ¿Quién va a echar de menos a un cura
viejo y antiguo como yo, hablando de cosas que ocurrieron hace tantos años, y
que además nos dice que no podían ser verdad, porque quien las hacía se
equivocaba por saber poco o nada de lo que estaban haciendo o tratando de
contar? ¡Menudo rollo patatero! (rollo de Torralba; lo cogéis, por lo de las
patatas de Torralba. ¿A que me ha quedado bien?).
Bueno,
no os enfadéis, y mucho menos os desilusionéis. Ya veréis como todo tiene una
explicación.
Como
os decía anteriormente, cuando vemos o admiramos alguna obra o creación
relacionada con el Románico o perteneciente al Románico, es muy frecuente
encontrarnos con esos, llamémosles de momento, errores, y esos errores a veces
los utilizamos como la excusa perfecta para no admirar y darle valor a lo que
tenemos delante nuestro. ¿Cómo podemos darle importancia y valor a algo que
sabemos de antemano que está equivocado? ¿Qué sentido tiene? ¿Qué ganamos con
ello? Incluso alguno estaréis pensando: “es como si en el colegio o en el
instituto los profesores nos hacen aprender cosas que ellos mismos saben que no
son ciertas. ¿Para qué las queremos aprender?”. Es verdad, y quizás llevéis
razón. Pero, para intentar “comprender” esos errores que antes os decía, a
partir de ahora debemos tener muy presente algo tremendamente importante: para poder apreciar y entender toda la
producción artística de ese periodo románico o de cualquier otro periodo de la
historia, debemos intentar pensar como pensaban ellos -los hombres, mujeres y
niños que vivieron durante esos años-, sentir como sentían ellos. Debemos tratar
de transportarnos hasta aquellos años y olvidarnos de lo que hoy tenemos y
somos. Son dos épocas diferentes que nada tienen que ver una con la otra,
y, por lo tanto, no las podemos comparar de ninguna manera.
Reconozco
que me hice historiador porque trataba de buscar científicamente en el pasado
las respuestas a las preguntas que me hacía en el tiempo que me tocó vivir,
preguntas de mi época, las mismas o parecidas a las que vosotros os podéis
estar haciendo actualmente. Y para ello, un historiador tiene y debe hacerse
extemporáneo (¡uff!, ¡vaya palabreja!), como decía un filósofo llamado F.
Nietzche. Hacerse extemporáneo es salir del propio tiempo en que se vive y
hacer el esfuerzo de viajar mentalmente hacia la época que deseamos visitar,
conocer e investigar, y así, tratar de pensar y ver las cosas tal y como las
pensaban y las veían los hombres de aquella.
Debemos
entender que, aunque los hombres somos hombres con la misma naturaleza antes y
ahora, es cierto y verdad que la religión, hábitos sociales, geografía,
costumbres, etc., van modelando no sólo un tipo de ser humano con todas sus
peculiaridades y particularidades, sino también, su modo de pensar y ver las
cosas. Es un grave error pretender entender, por ejemplo, el arte de aquella
época románica, elaborado con otros fines y pensados con otra mentalidad,
aplicándoles nuestras propias categorías modernas. Tratar de meterse en su
mundo, tan extraño al nuestro, es tratar de ver primeramente qué cosa realmente
se propusieron aquellos que edificaron, por ejemplo, una iglesia románica.
Cuando
eso lo hemos logrado o, al menos, lo tenemos muy presente, comenzamos a ver
todo con diferentes ojos, pasando normalmente a aceptar y apreciar aquello que
antes se ignoraba y se despreciaba.
Hoy
día, tendemos a interpretar de manera equivocada muchas de las antiguas
tradiciones y leyendas porque pensamos que se refieren a un mundo como el
nuestro, el actual. Pero lo cierto es que el hombre, durante toda su
existencia, siempre ha poseído una sabiduría que obedecía a un conjunto de
circunstancias materiales, mentales y espirituales de un momento determinado de
la historia, de su momento, de sus años en los que vivió.
¡¿Quién
está roncando?! ¡Que levante la mano! ¿Os estoy aburriendo? No creo, ¿verdad?
Lo que ocurre es que en esta última parte me he puesto más serio de lo debido.
Pero ha sido únicamente para que entendáis la importancia que tiene lo que os
he intentado decir (a los que estabais despiertos) y lo que quiero que
comprendáis. Hace casi mil años, nada de lo que ahora veis y tenéis, ni estaba,
y ni los niños y niñas de vuestra edad lo tenían. Sus padres no pensaban como
los vuestros, aunque, no creáis, también les regañaban cuando no les hacían
caso o se pasaban horas y horas jugando a sus juegos que, por supuesto, no eran
los mismos que los vuestros. Y si no os lo creéis, mirad la siguiente fotografía.
Vemos
a unos niños jugando al alquerque en la galería porticada de una iglesia
románica, un juego muy parecido a las “tres en raya”. El juego estaba grabado
en la piedra con la que se había construido la galería porticada, en lo que se
llama pódium. Al grabar el juego en
el pódium, nadie se lo podía llevar a su casa, o quitárselo a otro niño, o
perderlo. Al día siguiente, ahí seguía el juego para que, si querían, pudieran
volver a jugar en él. Las próximas fotos muestran ese juego y otros grabados en
diferentes partes y podiums de una
iglesia.
Alquerque
Alquerque
Cinco en raya
¿Os han gustado? ¿Veis como los juegos de los
niños y niñas de aquella época no eran como los vuestros? ¿Ni estaban en los
mismos sitios que vosotros guardáis los vuestros? Y sin embargo también se lo
pasaban fenomenal, ¡no creáis!, pero, claro de otra forma.
Al
igual que los juegos eran muy diferentes de los vuestros de hoy en día, los
pueblos, las casas, la forma de vestir, la forma de alimentarse, de trabajar,…,
todo era muy diferente a lo que hoy tenemos, y, por lo tanto, la forma de ver
la vida de estas personas era también muy diferente a como la vemos hoy en día.
Este
es el mensaje que quiero que tengáis presente y que recordéis de esta segunda
parte de nuestro viaje por el Románico.
Habréis
visto que para poder continuar caminando por el Románico ha sido necesario
avanzar hacia atrás, no para atrás, sino hacia atrás, hacia el pretérito, hacia
el mundo de hace casi mil años.
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