viernes, 27 de noviembre de 2009

INMACULADA CONCEPCIÓN IV

Iconografía

La iconografía de la Inmaculada Concepción es un tema que aparece mucho después de la Edad Media, en la que la Virgen se representaba como Virgen en Majestad como su forma más característica.

En la Iglesia oriental y en la primera versión del arte occidental, la Inmaculada Concepción de la Virgen está asociada con el encuentro de sus padres, Ana y Joaquín, frente a la Puerta Dorada de Jerusalén. La Madre de Dios no habría sido concebida de manera natural, sino por medio de un beso en los labios. Esto se debe a que, según los teólogos medievales, no era posible la relación sexual totalmente desprovista de pecado, aunque fuera leve. Por ello, para considerar a María libre de todo pecado, no podía haber sido concebida de manera natural.

Hacia finales de la Edad Media apareció una representación novedosa del tema. La Virgen Inmaculada, enviada por Dios desde el cielo, desciende a la tierra. De pie sobre la luna, coronada de estrellas, extiende los brazos o une las manos sobre el pecho. Las fuentes de esta representación son el Cantar de los Cantares y el Apocalipsis.

En primer lugar, la Inmaculada está asimilada a la novia del Cantar de los Cantares. Las metáforas bíblicas, popularizadas por las Letanías de la Virgen de Loreto, aparecen a su alrededor: el sol, la luna, la estrella del mar, el jardín cerrado, la fuente, el pozo de agua viva, el cedro del Líbano, el olivo, el lirio, la rosa, el espejo sin mancha, la Torre de David, la Ciudad de Dios, la Puerta del Cielo. Las azucenas que a menudo llevan los ángeles proceden también del Cantar de los Cantares (“… como lirio entre cardos”) aplicados a la Virgen desde tiempos de San Bernardo, el gran impulsor del culto mariano durante el siglo XII, a la que llamaba Nuestra Señora, Notre Dame.(1)

La leyenda Tota pulchra, remite directamente a los versos del Cantar de los Cantares (Tota pulchra es amica mea, et macula non est in te, Toda eres hermosa, amiga mía; no hay tacha en ti), se interpreta como la firma de Dios en la creación de María.

La fórmula definitiva de la Inmaculada, que va a dominar a lo largo del siglo XVII, será la resultante de la conjunción del motivo Tota pulchra con el de la mujer vestida de sol del Apocalipsis.

La iconografía española más antigua de la Virgen María es aquella que constituye la trascripción plástica de la cita neotestamentaria que el evangelista San Juan hace en el capítulo 12 del Libro del Apocalipsis: “Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”. La Tradición ha venido a identificar a esa Mujer como una personificación de María, o bien como representación de la comunidad cristiana, o las dos cosas a la vez.

Más adelante, la literatura mística ofertó una acabada explicación de los símbolos de la Virgen Apocalíptica. Las doce estrellas son las doce tribus de Israel, o más bien los doce apóstoles; el sol es Jesucristo; y por último, la luna es S. Juan Bautista que mengua en cuanto aparece el Sol de Justicia (solsticio de verano, 21-22 de junio).

Fue a finales del siglo XVI cuando se llegó al modelo clásico de representación de la Inmaculada Concepción que hoy conocemos. La Virgen está representada individualmente en el cielo, rodeada de ángeles, con túnica azul celeste o solo blanca, corona con doce estrellas y elevada sobre la luna que hay a sus pies.

El arte barroco del siglo XVII tiene el mérito de haber creado el tipo definitivo de la Inmaculada Concepción. Libre ya de todos los símbolos de las letanías, rodeada sólo por ángeles, sus pies aplastan a la serpiente tentadora, para recordar su victoria sobre el pecado original.

La España mística se apoderó de este tema y le imprimió la marca de su genio. Y consiguió hacer su propia versión. Tanto es así que no puede pensarse en la Inmaculada Concepción sin evocar las obras de Zurbarán, Ribera, Alonso Cano, Montañés o Murillo.

NOTAS
(1) A este respecto destacar que es curioso que siendo San Bernardo tan devoto de María, no aceptara la creencia ya extendida en su tiempo de su Concepción Inmaculada. San Bernardo, al final, declara expresamente que su opinión la somete a la autoridad de la iglesia, autoridad que en el siglo XII todavía no había establecido ni unificado un criterio válido, común y canónigo en toda la cristiandad acerca de la Inmaculada Concepción.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario