Un polifacético escritor argumentaba hace unos días, desde su lógico punto de vista, porqué hoy día en España hay menos libertad que durante la dictadura. Lo hacía basándose en la manía que le han entrado a nuestros dirigentes con prohibirlo todo: estar obeso, beber alcohol, conducir a cierta velocidad, fumar, estornudar por la gripe, santiguarse con agua bendita, darse la mano, darse besos; en definitiva, que muy pocas cosas nos quedan por hacer o nos han desaconsejado hacerlas, cosas que en el anterior régimen político sí que estaban permitidas.
La prohibición de la que más se está hablando estos días y se hablará durante algún tiempo más es la de fumar. No hay que estudiar en Oxford para saber que el fumar provoca cáncer y, con posterioridad, la muerte. Hasta aquí todo claro. Lo que no está tan claro son las excusas que argumenta para “prohibir fumar en lugares públicos”.
Cuando oímos “fumar en lugares públicos”, a todos se nos viene a la cabeza no poder fumar en los bares y restaurantes, ya que desde hace bastante tiempo tenemos claro que no se puede fumar en ningún lugar cerrado, aunque sea éste sea público o privado; tan sólo los bares y restaurantes se salvaban de la quema. Digo esto porque dicho así, un lugar público es la plaza de mi pueblo, es el parque de mi barrio y si fumo en esos sitios no creo que perjudique a terceros, ya que es un espacio, de momento, abierto, al aire libre. Por lo tanto, cuando dicen que no se puede fumar en lugares públicos se están refiriendo a locales públicos, entre los que sí están los bares y restaurantes.
Dejando a un lado las pérdidas o beneficios que le puedan ocasionar a este sector, el argumento para la prohibición está en el perjuicio que ocasiona a otras personas, a los llamados fumadores pasivos. Éstos se quejan de que no tienen porqué tragarse el humo de los demás y que tienen derecho a respirar aire libre en locales cerrados. Nuevamente hasta aquí todo correcto.
Pero, ¿seguro que esos fumadores pasivos van tanto a los bares y restaurantes como los fumadores? Y, yendo aún más lejos, ¿quien me garantiza a mí que esos fumadores pasivos no son personas que usan el coche hasta cuando van a mear o hasta cuando cruzan la calle, expulsando innecesariamente al aire CO2, tan perjudicial para la atmósfera y el cambio climático? ¿Quien me garantiza a mí que esos fumadores pasivos no son los mismos que, cuando van al campo a comer de sobaquillo, lo dejan todo perdido sin recoger ni reciclar ningún residuo orgánico e inorgánico? Ellos no quieren tragarse mi humo de tabaco pero yo tampoco quiero que expulsen innecesariamente gases tóxicos a la atmósfera o que contaminen el medio ambiente. Si yo fumo, me perjudico yo mismo en mayor medida; si expulso gases tóxicos a la atmósfera, si contamino el medio ambiente, perjudico a todos en la misma proporción, sin diferenciar a nadie, ni en mayor ni en menor medida: a todos por igual.
Sé que esto puede sonar a pataleta de fumador o a ideas trasnochadas y resacosas. Ni soy fumador y ni tampoco un cierrabares. Sólo pretendo apelar a la sensatez, a la cordura, a la madurez, a la tolerancia, al conocimiento y reconocimiento de uno mismo. No quiero que nadie me tenga que reprender por mis actos, pero tampoco quiero tener que poner las orejas coloradas a nadie cuando me reprenden.
Repito, apelemos a la sensatez, cordura, tolerancia y demás. Para los que no conocen esas palabras, les tranquilizaré diciendo que no son pecados capitales, al menos por ahora. Estos palabrajos deberíamos aprenderlos como cuando aprendíamos esos pecados en la catequesis antes de hacer la primera comunión: de carrerilla y con soniquete. Por lo menos que nos suenen de algo, que sepamos donde aplicarlos, auque no les hagamos caso. Como a los pecados capitales.
La prohibición de la que más se está hablando estos días y se hablará durante algún tiempo más es la de fumar. No hay que estudiar en Oxford para saber que el fumar provoca cáncer y, con posterioridad, la muerte. Hasta aquí todo claro. Lo que no está tan claro son las excusas que argumenta para “prohibir fumar en lugares públicos”.
Cuando oímos “fumar en lugares públicos”, a todos se nos viene a la cabeza no poder fumar en los bares y restaurantes, ya que desde hace bastante tiempo tenemos claro que no se puede fumar en ningún lugar cerrado, aunque sea éste sea público o privado; tan sólo los bares y restaurantes se salvaban de la quema. Digo esto porque dicho así, un lugar público es la plaza de mi pueblo, es el parque de mi barrio y si fumo en esos sitios no creo que perjudique a terceros, ya que es un espacio, de momento, abierto, al aire libre. Por lo tanto, cuando dicen que no se puede fumar en lugares públicos se están refiriendo a locales públicos, entre los que sí están los bares y restaurantes.
Dejando a un lado las pérdidas o beneficios que le puedan ocasionar a este sector, el argumento para la prohibición está en el perjuicio que ocasiona a otras personas, a los llamados fumadores pasivos. Éstos se quejan de que no tienen porqué tragarse el humo de los demás y que tienen derecho a respirar aire libre en locales cerrados. Nuevamente hasta aquí todo correcto.
Pero, ¿seguro que esos fumadores pasivos van tanto a los bares y restaurantes como los fumadores? Y, yendo aún más lejos, ¿quien me garantiza a mí que esos fumadores pasivos no son personas que usan el coche hasta cuando van a mear o hasta cuando cruzan la calle, expulsando innecesariamente al aire CO2, tan perjudicial para la atmósfera y el cambio climático? ¿Quien me garantiza a mí que esos fumadores pasivos no son los mismos que, cuando van al campo a comer de sobaquillo, lo dejan todo perdido sin recoger ni reciclar ningún residuo orgánico e inorgánico? Ellos no quieren tragarse mi humo de tabaco pero yo tampoco quiero que expulsen innecesariamente gases tóxicos a la atmósfera o que contaminen el medio ambiente. Si yo fumo, me perjudico yo mismo en mayor medida; si expulso gases tóxicos a la atmósfera, si contamino el medio ambiente, perjudico a todos en la misma proporción, sin diferenciar a nadie, ni en mayor ni en menor medida: a todos por igual.
Sé que esto puede sonar a pataleta de fumador o a ideas trasnochadas y resacosas. Ni soy fumador y ni tampoco un cierrabares. Sólo pretendo apelar a la sensatez, a la cordura, a la madurez, a la tolerancia, al conocimiento y reconocimiento de uno mismo. No quiero que nadie me tenga que reprender por mis actos, pero tampoco quiero tener que poner las orejas coloradas a nadie cuando me reprenden.
Repito, apelemos a la sensatez, cordura, tolerancia y demás. Para los que no conocen esas palabras, les tranquilizaré diciendo que no son pecados capitales, al menos por ahora. Estos palabrajos deberíamos aprenderlos como cuando aprendíamos esos pecados en la catequesis antes de hacer la primera comunión: de carrerilla y con soniquete. Por lo menos que nos suenen de algo, que sepamos donde aplicarlos, auque no les hagamos caso. Como a los pecados capitales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario