Recuerdo incluso el olor a escuela, a chicos, a tabaco, a caramelillos Saci. El fresco, que no frío, de la escalera realzaba aún más ese olor característico de la humedad en edificios antiguos y viejos. Fue el primer día que iba a la escuela de mayores, a 1º de E.G.B. Allí estaban aquellos muchachos despidiéndose del maestro que tanto les había enseñado en los últimos tres o cuatro años. Se iban a estudiar a un colegio mayor de la capital. Se iban para estudiar una carrera. Algunos tenían claro cuál sería; otros no tanto, pero de igual forma se iban a estudiar para ser un hombre de provecho, que se decía entonces. Algunos repasaban sus últimos ejercicios de matemáticas. Yo estaba embobao ante tanta letra y número imposible de descifrar. Sentía envidia (sana, que se dice ahora) de lo que sabían y de lo que podían llegar a saber. Yo los miraba como quien mira a sus ídolos.
Cuando los veo ahora y recuerdo aquel momento, siento cierta añoranza de aquellos años, pero a la vez siento una gran impotencia viendo como aquellos ídolos se han ido cayendo de forma estrepitosa. No porque no consiguieran ser hombres de provecho, sino porque ahora no son ídolos de nadie, ni ellos, ni su sapiencia, ni su experiencia, ni nada que pueda identificarlos con esfuerzo, sacrificio, familia, trabajo o futuro. Los nuevos ídolos han cambiado. Son aquellos que no saben de nada, viven al día, rechazan el trabajo, adoran el nihilismo y el hedonismo, miran con descrédito a la sociedad, rechazan cualquier consejo que pueda ayudarles, nada de esfuerzos si no ven claro un beneficio a cortísimo plazo.
La gran meta que tiene todo padre que se precie es que sus hijos vivan mejor que han vivido ellos. Estos nuevos ídolos van a tener el honor de ser los primeros hijos que puedan vivir peor que sus padres, que su calidad de vida sea peor que la de sus padres y que los empleos que puedan a llegar a conseguir apenas les den para malvivir. Pero mientras aquellos eran ídolos anónimos, éstos nuevos son el ejemplo a seguir, el espejo en el que se miran la mayoría de los jóvenes de hoy.
Un amigo le decía a otro: “ … mírate al espejo, pero poco a poco, para que no se rompa”. Yo hoy les diría a los jóvenes lo contrario: “ … miraros rápido al espejo para que se rompa”.
Cuando los veo ahora y recuerdo aquel momento, siento cierta añoranza de aquellos años, pero a la vez siento una gran impotencia viendo como aquellos ídolos se han ido cayendo de forma estrepitosa. No porque no consiguieran ser hombres de provecho, sino porque ahora no son ídolos de nadie, ni ellos, ni su sapiencia, ni su experiencia, ni nada que pueda identificarlos con esfuerzo, sacrificio, familia, trabajo o futuro. Los nuevos ídolos han cambiado. Son aquellos que no saben de nada, viven al día, rechazan el trabajo, adoran el nihilismo y el hedonismo, miran con descrédito a la sociedad, rechazan cualquier consejo que pueda ayudarles, nada de esfuerzos si no ven claro un beneficio a cortísimo plazo.
La gran meta que tiene todo padre que se precie es que sus hijos vivan mejor que han vivido ellos. Estos nuevos ídolos van a tener el honor de ser los primeros hijos que puedan vivir peor que sus padres, que su calidad de vida sea peor que la de sus padres y que los empleos que puedan a llegar a conseguir apenas les den para malvivir. Pero mientras aquellos eran ídolos anónimos, éstos nuevos son el ejemplo a seguir, el espejo en el que se miran la mayoría de los jóvenes de hoy.
Un amigo le decía a otro: “ … mírate al espejo, pero poco a poco, para que no se rompa”. Yo hoy les diría a los jóvenes lo contrario: “ … miraros rápido al espejo para que se rompa”.
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