Cuando todo ésto pase, que pasará, ya nada será igual; al menos, nada debería ser igual. Cuando todo esto pase, que pasará, deberíamos ser otras personas regeneradas en la humildad, conscientes de nuestra fragilidad, reflejada en el espejo de nuestra efímera existencia como individuos finitos modelados por una muerte tan cercana como cierta, de la que, ni aún ahora tomamos consciencia. Deberíamos haber dado la vuelta a nosotros mismos, a lo que somos, a lo que hacemos, a lo que queremos, al absurdo consumo en tiempo de vacas flacas como el caso que nos ha sobrevenido de pronto, a la excesiva importancia a nuestra socialización virtual y pantallera y nula socialización personal y humana. Y sin embargo, no vamos a hacer los deberes cuales alumnos despreocupados por forjarse una educación y un futuro, personal y social, digno de su persona y de su existencia como ser humano.
Cuando todo ésto pase, que pasará, ya nada debería ser igual, y sin embargo seguirá. Seguirá como si nada hubiera ocurrido, como si hubiéramos estado todo este tiempo durmiendo, soñando con nuestras felicidades e ilusiones pasadas, pero sobre todo, venideras, conscientes e inconscientes. Seguirá como si hubiéramos estado en un trance sobrevenido por una grata impresión o por un inesperado susto. Entonces estaremos preparados de nuevo para generar y aceptar sin rechistes ni réplicas otra situación nueva pero análoga a la actual (Stephen Hawking y Bill Gates, hombre de ciencia pura y dura, ya pronosticaron en su día, por separado, que el hombre no moriría por una explosión nuclear, sino por un virus). Ese será nuestro legado para la posteridad, la herencia a nuestros hijos: no saber quieren ni lo que somos, no querer conocernos a nosotros mismos, nuestros hechos, nuestra propia existencia.
Cuando todo esto pase, que pasará, todos tendremos que reflexionar sobre el mundo que hemos construido y como éste habrá de cambiar a partir de ahora. El modelo de vida que hemos llevado hasta ahora, basado en el consumo y el individualismo, mucho más acusado cuánto más desarrollada es la sociedad en la que se vive; basado en el egoísmo y egocentrismo, cualidades que no conocen desarrollo social ni personal pero que nos aportan poder (pero no gloria), a la postre quizás nuestra mayor razón actual para vivir.
Mientras llega esa hora o'clock, que llegará, para tener una segunda oportunidad de reconducir nuestro futuro y tratar de evitar de todas las maneras posibles a nuestro alcance (todas) el riesgo de que esta dramática situación no se repita cuando todo ésto pase, padecemos el lento paso de nuestra vida, sufrimos la imprescindibilidad de lo superfluo, lo trivial, lo banal, lo de todo aquello que no veíamos ni jamás habíamos reparado en ello debido a la ceguera que nos había provocado el alocado, frenético y tan buscado ritmo de vida prevírico, con una individualización colectiva, una estetización de la realidad, fugacidad del disfrute, relaciones personales inconsistentes, pasión exagerada, moral espontánea permisiva y autolegitimante. Buscando lo inmediato, lo pragmático, lo empírico, nos hemos encontrado con una cueva finita y oscura que guarda el mayor tesoro que jamás se nos hubiera ocurrido buscar ni mucho menos encontrar, pero que, al tenerlo delante de nosotros, ser dueños de él, no sabemos qué hacer con él, no sabemos cómo usarlo, donde aplicarlo, aprovecharnos de él para mejorar lo que somos.
Cuando todo esto pase, que pasará, saldremos de la cueva y veremos nuevamente la luz clara e iluminadora. Veremos ante nosotros de nuevo un horizonte lleno de banalidades. Entonces correremos de nuevo hacia él en busca de ese otro tesoro que se había quedado sin descubrir cuando encontramos y nos metimos en la cueva. Atrás quedará el tesoro encontrado sin buscarlo, oculto y olvidado, pero imperecedero, pacientemente esperando nuestra próxima llegada, que si nada cambia, que no cambiará, no tardará mucho en producirse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario