Uno de los principales problemas de la procrastinación para nuestros hijos es su prácticainvisibilidad en el momento en que está ocurriendo. Suele estar camuflada bajo un montón de malas excusas. Y lo cierto es que, para combatirla, el primer paso es evidente: reconocerla. Pero hay procrastinadores que no lo reconocerían ni a rastras. Prefieren refugiarse en la cantilena de problemas e inconvenientes de todo tipo, y luego buscar pseudoargumentos que enmascaren su problema. Veamos algunos de los más frecuentes:
- “Soy más creativo bajo presión y así me va bien”. Es indudable que toda la creatividad que surja en estas personas será bajo presión, porque no tienen alternativa. Esta creatividad podrá consolar, pero, en términos generales, no aguanta la comparación con la que nace libre de coacción temporal. Las buenas ideas necesitan reflexión, preparación e incluso su largo periodo de incubación, y eso no suele ocurrir bajo presión.
- “Soy más eficiente en el último minuto y así me va bien”. ¿Qué alternativa queda? ¿Optimizar esa supuesta eficiencia apurando plazos, pero arriesgándose a no llegar a tiempo? ¿Cuál es el límite: el último día, la última hora, el último minuto? ¿Es esa una opción o habría que convenir en que la acumulación gradual y temprana de trabajo ofrece una seguridad que jamás podrá ofrecer el último minuto?
- “Soy muy perfeccionista, por eso tardo en acabar, y así me va bien”. Los estudios han demostrado que el perfeccionismo apenas produce una dosis significativa de procrastinación. Por el contrario, los auténticos perfeccionistas, esmerados, ordenados y eficientes, no tienden a desviarse de sus objetivos ni a distraerse así como así. Es decir, la mayoría de las veces esa es una mentira piadosa.
No cabe duda de que quienes así hablan suelen ser grandes aficionados al último minuto, y encuentran estímulos y alicientes en ello, no son simples masoquistas. Quizá sienten algo parecido al vértigo y la emoción del directo de los periodistas audiovisuales. Ahora bien, esa defensa del último minuto suena generalmente muy lastrada por sus propias inclinaciones personales, no está basada precisamente en razones objetivas.
Pero además de prever estos argumentos defensivos, para entender mejor a los jóvenes procrastinadores es muy importante analizar las causas del problema. La procrastinación tiene un origen genético y evolutivo. La evolución es descendencia con cambios. Las modificaciones de mayor éxito adaptativo prosperan y prevalecen. Entonces se produce un desfase, porque la adaptación se ciñe a lo que existía antes. Ni anticipa ni predice, sino que mira al pasado. Es decir, la pautas adaptativas que triunfan, lo hacen con un desfase temporal.
Pues bien, la procrastinación es una pauta comportamental anclada en un pasado inmemorial, cuando el ser humano aún no se procuraba el sustento con la agricultura y la ganadería. El medio o largo plazo eran entelequias sin sentido. Todo era aquí y ahora. El ser humano necesitaba impulsos primarios para sobrevivir, la planificación era inútil. La procrastinación es la expresión de nuestro desfase genético respecto al entorno actual. En definitiva, la procrastinación es la expresión organizativa de nuestra impulsividad atávica.Nuestro entorno ha cambiado. Si la impulsividad era entonces un salvavidas, ahora ya no lo es tanto, porque la vida, los planes y los proyectos son más a largo plazo. Para añadir complicaciones, la vida moderna dificulta la lucha contra la procrastinación, con su enorme cantidad de estímulos, y su tendencia al individualismo, al hedonismo y al deseo inmediato y consumista.
¿Dónde está la sede biológica de la procrastinación? En el cerebro, por supuesto. Perfilemos los dos sistemas cerebrales que están en lucha permanente dentro de nosotros. Es como si hablaran distinto idioma, nunca van al unísono, sino siempre el uno contra el otro. Según el equilibrio de poder que se establezca, actuaremos de manera másimpulsiva y visceral, o más planificada y racional. O con determinada combinación de pautas.
El sistema límbico es el evolutivamente anterior o, si se quiere, inferior. Es una zona del cerebro que regula emociones, instintos, impulsos, automatismos y conductas intuitivas y viscerales. Toma decisiones rápidas, casi instantáneas, incita a la acción. No reacciona ante el medio plazo, solo lo hace ante lo inmediato. Es nuestro cerebro animal. Está condicionado por factores ambientales y sensoriales. Carece de poder de abstracción y nos predispone a lo que sea sin que nos demos cuenta. Genera la personalidad básica. Es la parte del cerebro que nos lanza hacia la procrastinación.
La corteza prefrontal es evolutivamente posterior o, si se quiere, superior. En ella radica la percepción sensorial, la capacidad racional, la cognición, la reflexión, el control, la atención, la planificación, la secuenciación y la reorientación de la conducta. Es la única zona cerebral capaz de manejar ideas a largo plazo, más lenta en la toma de decisiones, pero mucho más flexible. Gestiona bien las visiones generales, los conceptos abstractos, las metas distantes. Es la parte del cerebro que se opone a la procrastinación. Es la directora de orquesta, la que armoniza racionalmente nuestras decisiones. Sin ella, el cerebro sería una orquesta cuyo director dejara la batuta en manos de una persona del público sin conocimientos musicales: el concierto sería un desconcierto.
El sistema límbico se impone a la corteza prefrontal con más frecuencia en los impulsivos que en aquellos que no lo son. El sistema límbico consigue vetar, demorar o condicionar los planes a largo plazo de la corteza prefrontal y se inclina por lo inmediato, por la tentación del momento.
Para entender bien la situación de nuestros hijos adolescentes, hay que tener en cuenta que aún están recibiendo retoques a su corteza prefrontal, por lo que están muy expuestos a la procrastinación, aunque eso no quiere decir que no puedan hacer nada para reconducirla.
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