… a las mujeres que se “disfrazan” cuando van a una boda. Organizan un verdadero y espontáneo desfile de carnaval. ¡Qué trajes! ¡Qué cara pintá y con qué brochazos! ¡Qué gorros y floripondios en la cabeza! ¡Qué zapatos y con qué andares! ¡Qué estómagos encojíos para embutirse en dos tallas menos!
Nunca he entendido eso. No sé las razones por la que lo hacen. Por aventurar algunas puedo pensar que lo hacen para que sus maridos, novios o parejas no las conozcan y no puedan avergonzarse de ellas cuando comiencen a bailar sevillanas y Paquito Chocolatero vasocubata en mano; para que tampoco las conozcan las personas que vean luego el reportaje de boda y no sepan quién son esas mujeres que están junto a la novia; para que los invitados pregunten que quién es ésa cuando pase a su lado y comience entre ellos una conversación titulada “Adivina quién viene a cenar esta noche”.
¿No sería más fácil vestir elegantemente, sin perder la personalidad, sin perder la vergüenza, ganando salud en pies, cara y estómagos, y mostrándose a los demás tal y cual son? Creo que sus respectivos se lo agradecerían y, de paso, les evitarían buscarlas a modo de Lobatón entre los invitados antes de irse a casa debido a que los efluvios etílicos les impiden reconocerlas en la primera pasada.
Señoras y señoritas: ser vosotras y no máscaras fuera de temporada, que os pasa como a la fruta de invernadero: que aparte de estar en el mercado durante todo el año, tiene mu güena pinta por fuera pero al rato se queda chuchurría y pastosa.
Vaya para vosotras una buena PatásenlasquijáS.
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