Os propongo algo de lectura, que nunca viene mal.
Artículo de Antonio Burgos publicado el 13 de abril de 2.010 (martes y trece), en el diario ABC.
Se puede decir más alto, pero no más claro.
Artículo de Antonio Burgos publicado el 13 de abril de 2.010 (martes y trece), en el diario ABC.
Se puede decir más alto, pero no más claro.
La Rima XXXIII según Carcaño
ANTONIO BURGOS
SI cuando el crimen fue en Granada el hermano de Manuel Machado pensaba en Federico, Bécquer debía de tener día libre de asuntos propios cuando fue en Sevilla el asesinato de Marta del Castillo. Es inevitable pensar en Bécquer tras el auto de apertura de juicio oral contra Miguel Carcaño, El Cuco y demás gentuza encartada en su muerte. Es inevitable, porque en el auto del juez Francisco de Asís Molina se asegura que todo ha sido por un beso. Por no darle un beso a ese producto típico de la Logse, de la falta de autoridad de padres y maestros, de la depravación moral de nuestra sociedad, de la pérdida de principios éticos, de la consagración del «todo vale», del dinero como medida de todas las cosas y de la comodidad y el menor esfuerzo como camino que lleva a todas partes. Por ejemplo, a la muerte de un inocente. Está bien que juzguen al indeseable de Carcaño, al cani de la sudadera de capucha con mirada desafiante. Pero ya que abren juicio oral, se debería aprovechar la collada y el vagón de estos carísimos trenes baratos para hacerle también un proceso a la sociedad que engendra estos monstruos, a la España que ha perdido colectivamente la vergüenza y la dignidad, la que implantó como lo más progre y moderno del mundo un sistema educativo donde los que no quieren ir al cole por las mañanas son los maestros, por miedo a los alumnos, y donde las asociaciones de padres dan siempre la razón al estudiante holgazán y agresivo, y no al profesor que trata de imponer la excelencia a través del esfuerzo.
El auto del juez Molina detalla de modo horripilante cómo Carcaño y El Cuco dieron muerte a Marta del Castillo. Una historia de sangre que ni el Cintas Rojas de López Pinillos, ni el Pascual Duarte de Cela, ni toda la literatura tremendista o todos los romances de ciego de los crímenes cantados a guitarra en la plaza pública. Y todo por algo tan hermoso, tan bello, tan puro, como un beso. Aquí viene, inevitablemente, la Rima XXIII de Bécquer, ya que el crimen fue en Sevilla y ya que la muerte de Marta fue por un beso: «Por una mirada, un mundo;/ por una sonrisa, un cielo/ por un beso... yo no sé/ qué te diera por un beso». Pues Miguel Carcaño sí lo sabía, aunque tengo indicios racionales de que no leyó en su maldita vida a Bécquer, y sigue creyendo que Bécquer no es más que una calle de la Macarena o la glorieta del Parque de María Luisa donde los cocheros de caballos llevan a los turistas. De espaldas a Bécquer, de espaldas a cualquier atisbo de ternura, en esta sociedad que hemos construido entre todos y que al amor le llama sexo, la reescritura terrible de la Rima XXIII según Miguel Carcaño, no en el Libro de los Gorriones, sino en el SMS de los Pajarracos, sí sabe «qué te diera por un beso»: la muerte si me lo niegas.Si cuando preguntaban por su muerte y buscaban su cadáver todos sentíamos en cierto modo ser el padre admirable de Marta del Castillo, ahora que llega el frío relato de la muerte en la prosa judicial, tan lejos de la rima becqueriana, algunos lamentamos pertenecer a la sociedad que engendra estos monstruos, haber participado con el silencio y el conformismo en la negación absoluta de valores, caldo de cultivo de estos niñatos, de sus familias y de los cientos de miles como ellos que andan por la calle o nos los encontramos en el semáforo con los altavoces de su coche a toda pastilla.
«El beso, el beso, el beso en España», cantaba la radio de cretona. Ahora, en el MP3, el beso en España te puede llevar, como a Marta, directamente a la muerte. Cuando mataban a Marta, rompían el mármol de «El beso» de Rodin, todos los valores de nuestra cultura del amor. «La leyenda del beso» es ahora la causa de un asesinato, no la música de la zarzuela de Soutullo y Vert a la que Mocedades puso la letra de «Amor de hombre». Amor de hombre, no: sexo de los monstruos que hemos fabricado, sin miradas que abran un mundo, sin sonrisas que lleven al cielo donde, estrangulándola tras violarla, mandaron a Marta.
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