Cuando el diablo no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas. La religión es el opio del pueblo.
Estas dos frases, que entre sí no tienen nada en común ni nada que ver, parece que toman vigencia a costa de políticos y ciertos sectores de la sociedad, más preocupados por nuestra libertad y convicciones religiosas que por solucionar la grave situación política, social y moral en la que estamos sumidos y que no parece que tenga una final feliz, al menos a corto plazo.
La sección segunda del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, en la llamada sentencia Lautsi (3-11-09) condena a Italia a la retirada de los crucifijos de un colegio por constituir “una violación del derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones”. Dicho fallo se basa en que el crucifijo puede ser molesto para alumnos de otras religiones y para los ateos. Esto mismo ya lo pudimos vivir en un colegio de Valladolid, donde un juez también prohibió los crucifijos a petición de un padre que decía representar a una asociación de laicos.
Un mes después de la sentencia Lautsi, el PSOE acuerda, junto con ERC, aplicar la doctrina del Tribunal de Estrasburgo para que se retiren los crucifijos de los colegios públicos. A partir de ahí, se produce toda una avalancha de declaraciones, tratando de justificar de cualquier manera el quitar o mantener dichos crucifijos.
Por un lado justifican la retirada por ser un símbolo de una determinada religión, pudiendo ocasionar conflictos morales a alumnos de otras confesiones y, sobre todo, de laicos y ateos, que, además, basan su justificación en la aconfesionalidad del estado que marca la Constitución. Por otro lado están los que quieren mantenerlos, apelando a la tradición católica, no solo de España, sino de toda Europa desde tiempos de Carlomagno, y acusando al otro bando de querer quitar la navidad, los belenes, la primera comunión, los bautizos y hasta la semana santa.
Ni uno ni otro bando se han percatado de la solución salomónica que tiene el asunto. No tienen que desaparecer los belenes, ni las primeras comuniones, ni semanas santas. No tiene por qué haber crucifijos ni estrellas de David ni medias lunas en las escuelas. Si lo que queremos es un estado aconfesional, en el que ninguna religión prevalezca sobre la otra, ni el estado obligue a educar en una confesión religiosa determinada, se puede conseguir si el estado elimina aquellos símbolos y celebraciones que den más peso a una confesión que a otra.
Los cristianos y católicos no tiene porqué dejar de celebrar la navidad o la semana santa. El día 24 de diciembre cenan en familia, van a la misa del gallo a las 12 de la noche, cantan villancicos y al día siguiente a trabajar, que el 25 no es fiesta. Cuando llega la semana santa, los nazarenos y costaleros procesionan según la cofradía a la que pertenecen y, una vez terminada, se recogen, porque al día siguiente hay que trabajar. Mientras tanto, los musulmanes celebran su mes de Ramadán cuando lo estipule su religión al tiempo que cumplen con sus obligaciones para con la sociedad. Lo mismo para judíos, ortodoxos o cualquier otra confesión religiosa que haya en nuestro país.
Para que eso ocurra, el estado y gobierno debe eliminar del calendario festivo dichas festividades y cambiarlas a días laborales, ya que dichas fiestas pertenecen a una confesión religiosa determinada y no cumple con la tan ansiada aconfesionalidad. Nada ni nadie debe sobresalir sobre los demás. El gobierno y estado tienen la obligación de mantener esa aconfesionalidad y velar porque ninguna religión tenga un mejor trato que otra. Deberá eliminar del calendario festivo la mayoría de esos días que hacen una clara y expresa alusión al cristianismo y catolicismo: navidad, semana santa, todos los santos, Inmaculada Concepción. Mantendría la Constitución y el día de la Hispanidad y podría dar a administraciones autonómicas, provinciales y locales la potestad necesaria para que sean ellas las que elijan sus días festivos, sin imposiciones centralistas y siempre velando por su aconfesionalidad.
Serían muy pocas las personas que no cayeran en la cuenta de todo lo que esto pudiera acarrear y las consecuencias que tendría para nuestra tan dañada sociedad. El baúl desastre en que la convertiríamos no tendría parangón en todo el mundo, amén de la imagen que exportaríamos, imagen ya muy tipificada con el Spain is different.
Juan Antonio Vallejo Nájera, en su libro Concierto para instrumentos desafinados, escribía que “… hay que tener cuidado con lo que se desea porque se acaba teniéndolo”. Esta misma frase la deberíamos tener en cuenta a la hora de exigir algo o a la hora de querer cambiar, porque, tarde o temprano, pudiéramos arrepentirnos, aunque, como siempre, será tarde y no haya solución.
Para que eso ocurra, el estado y gobierno debe eliminar del calendario festivo dichas festividades y cambiarlas a días laborales, ya que dichas fiestas pertenecen a una confesión religiosa determinada y no cumple con la tan ansiada aconfesionalidad. Nada ni nadie debe sobresalir sobre los demás. El gobierno y estado tienen la obligación de mantener esa aconfesionalidad y velar porque ninguna religión tenga un mejor trato que otra. Deberá eliminar del calendario festivo la mayoría de esos días que hacen una clara y expresa alusión al cristianismo y catolicismo: navidad, semana santa, todos los santos, Inmaculada Concepción. Mantendría la Constitución y el día de la Hispanidad y podría dar a administraciones autonómicas, provinciales y locales la potestad necesaria para que sean ellas las que elijan sus días festivos, sin imposiciones centralistas y siempre velando por su aconfesionalidad.
Serían muy pocas las personas que no cayeran en la cuenta de todo lo que esto pudiera acarrear y las consecuencias que tendría para nuestra tan dañada sociedad. El baúl desastre en que la convertiríamos no tendría parangón en todo el mundo, amén de la imagen que exportaríamos, imagen ya muy tipificada con el Spain is different.
Juan Antonio Vallejo Nájera, en su libro Concierto para instrumentos desafinados, escribía que “… hay que tener cuidado con lo que se desea porque se acaba teniéndolo”. Esta misma frase la deberíamos tener en cuenta a la hora de exigir algo o a la hora de querer cambiar, porque, tarde o temprano, pudiéramos arrepentirnos, aunque, como siempre, será tarde y no haya solución.
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