Por su doble dimensión, humana y celestial, San Miguel es el arcángel con más relevancia de los tres principales arcángeles (Gabriel, Rafael y Miguel) en la tradición cristiana de la cultura occidental. San Miguel, mitad hombre y mitad ángel, se halla muy por encima de los otros dos, porque su cometido no puede ser más importante: es portador de mensajes celestes que comunica a los seres vivos. Los textos religiosos advierten que su presencia procura a los hombres un estado de paz y sosiego cercano a la beatitud. Hay representaciones de San Miguel en toda Europa y en buena parte de los territorios del Mediterráneo oriental, desde Egipto a Siria y Turquía. Esta figura se ha representado de dos formas muy distintas pero, al mismo tiempo, complementarias. Unas veces con aspecto humano: vestido con coraza, escudo y lanza o espada, tras haber vencido a Satanás, que, en forma grotesca, se halla postrado a sus pies, implorando misericordia con su mirada. San Miguel, lejos de humillar al príncipe de las tinieblas, le contempla amorosamente, tal vez porque recuerda que ambos habitaron en el Paraíso. La segunda representación de San Miguel es la celestial: con alas en su espalda mientras sostiene una balanza en su mano izquierda para pesar los pecados y virtudes de las almas de los mortales y, después, decidir si son merecedores de alcanzar el Cielo o bien, hundirse en los abismos del Infierno (psicostasis).
Dios escogió a ese ángel por su valentía y lo designó para impartir justicia en los Cielos; al tiempo, le encargaba la responsabilidad del pesaje de los pecados de las almas antes de decidir el destino de las mismas.
San Miguel es el arcángel justiciero, por su victoria sin humillación, sobre el diablo y, por ello, se convirtió en el paladín del Bien contra el Mal.
La tradición judía también contempla a este alado santo cristiano porque lo relaciona con Tiferet, que fuera el ángel protector del pueblo de Israel, jefe de las milicias celestiales, aquellas que, según la Biblia, al toque de trompeta, derrumbaron los muros de la legendaria ciudad de Jericó.
La figura de San Miguel está relacionada, así mismo, con la protección de los agricultores; sus dos efemérides, el 8 de mayo y el 29 de septiembre, están estrechamente vinculadas con los ciclos agrarios correspondientes a la primavera y al otoño, respectivamente, estableciendo los periodos de mayor actividad y productividad del campo. La primera fecha está consagrada a la Dedicación de San Miguel, mientras que la segunda, su Aparición, fue declarada por los caballeros templarios, jornada de ayuno.
Uno de los lugares de España donde se celebra el culto a San Miguel con mayor devoción lo encontramos en el barrio del Albayzín (Albaicín) en Granada. Sobre el mítico cerro del Aceituno, cerca del Sacromonte, la montaña sagrada de la capital del antiguo reino nazarí, se alza la ermita de San Miguel el Alto. Desde ella se contempla la mejor panorámica de la Alhambra, el Generalife y la vega de Granada.
Otro de los más conocidos es el santuario de San Miguel in Excelsis, que corona Aralar, la montaña sagrada de la Comunidad Foral de Navarra, donde este guerrero, santo y alado, goza de la veneración popular.
En la litoral atlántico de Galicia, en la costa da Morte, sobre el sector oriental de la ría de Betanzos, se alza la iglesia de San Miguel de Breamo.
La aldea de San Miguel de Aras, en un lugar de Cantabria, entre las localidades de Colindres y Ramales, venera la figura de San Miguel Arcángel pesador de almas, portador de una balanza.
San Miguel es el arcángel justiciero, por su victoria sin humillación, sobre el diablo y, por ello, se convirtió en el paladín del Bien contra el Mal.
La tradición judía también contempla a este alado santo cristiano porque lo relaciona con Tiferet, que fuera el ángel protector del pueblo de Israel, jefe de las milicias celestiales, aquellas que, según la Biblia, al toque de trompeta, derrumbaron los muros de la legendaria ciudad de Jericó.
La figura de San Miguel está relacionada, así mismo, con la protección de los agricultores; sus dos efemérides, el 8 de mayo y el 29 de septiembre, están estrechamente vinculadas con los ciclos agrarios correspondientes a la primavera y al otoño, respectivamente, estableciendo los periodos de mayor actividad y productividad del campo. La primera fecha está consagrada a la Dedicación de San Miguel, mientras que la segunda, su Aparición, fue declarada por los caballeros templarios, jornada de ayuno.
Uno de los lugares de España donde se celebra el culto a San Miguel con mayor devoción lo encontramos en el barrio del Albayzín (Albaicín) en Granada. Sobre el mítico cerro del Aceituno, cerca del Sacromonte, la montaña sagrada de la capital del antiguo reino nazarí, se alza la ermita de San Miguel el Alto. Desde ella se contempla la mejor panorámica de la Alhambra, el Generalife y la vega de Granada.
Otro de los más conocidos es el santuario de San Miguel in Excelsis, que corona Aralar, la montaña sagrada de la Comunidad Foral de Navarra, donde este guerrero, santo y alado, goza de la veneración popular.
En la litoral atlántico de Galicia, en la costa da Morte, sobre el sector oriental de la ría de Betanzos, se alza la iglesia de San Miguel de Breamo.
La aldea de San Miguel de Aras, en un lugar de Cantabria, entre las localidades de Colindres y Ramales, venera la figura de San Miguel Arcángel pesador de almas, portador de una balanza.
Hasta aquí, el texto anterior es un extracto del capítulo "El santoral templario" de Jesús Ávila Granados incluido en el libro Codex Templi, pags. 849-853.
El culto a San Miguel reemplazó al de las divinidades paganas, al del dios egipcio Anubis y, en particular, al de Mercurio, el Hermes psicopombo (conductor de las almas. Por este motivo muchos de los templos o santuarios dedicados a San Miguel fueron construidos en lugares elevados). Sea o no San Miguel el Hermes cristiano, lo cierto es que la cuna de su culto se encuentra en el Oriente helenizado, donde se le consagraron los primeros santuarios. El emperador Constantino construyó en Bizancio un Michaelión. En occidente, a finales del siglo V, el culto a San Miguel se implantó en el monte Gárgano (o Galgano) en Abulia. El 8 de mayo del 492, el arcángel se manifestó sobre este promontorio del Adriático que se convertiría en el lugar de peregrinación más célebre de la Italia meridional.
Los dos rasgos más importantes de San Miguel durante la Edad Media fueron configurados durante los primeros años del cristianismo y proceden de los textos apócrifos: Miguel como protector de Israel, lucha contra las fuerzas del mal enemigas del pueblo de Dios y, como ángel conocedor de la justicia y de la generosidad, acaba adjudicando las buenas y malas obras en el momento del Juicio Final.
El culto a San Miguel reemplazó al de las divinidades paganas, al del dios egipcio Anubis y, en particular, al de Mercurio, el Hermes psicopombo (conductor de las almas. Por este motivo muchos de los templos o santuarios dedicados a San Miguel fueron construidos en lugares elevados). Sea o no San Miguel el Hermes cristiano, lo cierto es que la cuna de su culto se encuentra en el Oriente helenizado, donde se le consagraron los primeros santuarios. El emperador Constantino construyó en Bizancio un Michaelión. En occidente, a finales del siglo V, el culto a San Miguel se implantó en el monte Gárgano (o Galgano) en Abulia. El 8 de mayo del 492, el arcángel se manifestó sobre este promontorio del Adriático que se convertiría en el lugar de peregrinación más célebre de la Italia meridional.
Los dos rasgos más importantes de San Miguel durante la Edad Media fueron configurados durante los primeros años del cristianismo y proceden de los textos apócrifos: Miguel como protector de Israel, lucha contra las fuerzas del mal enemigas del pueblo de Dios y, como ángel conocedor de la justicia y de la generosidad, acaba adjudicando las buenas y malas obras en el momento del Juicio Final.
Leyenda del Monte Gargano
Cerca del año 490, un señor de Gargano estaba buscando uno de sus más preciados toros. Cuando pensaba que estaba definitivamente perdido, lo logró ver dentro de una cueva de rodillas. Como la cueva estaba muy alta, este hombre pensó que jamás el toro lograría salir de allí, y le disparó una flecha para sacarlo de su miseria. Pero la flecha, a medio camino, dio la vuelta, dirigiéndose de nuevo hacia el hombre.
Sorprendido, el hombre fue al obispo a relatar lo que le había sucedido. El obispo instituyó tres días de oración y ayuno afuera de la cueva para discernir si lo ocurrido era o no un incidente del cielo. Mientras oraban fuera de la cueva, San Miguel se le apareció al obispo y le dijo: "Yo soy el Arcángel San Miguel, y estoy siempre ante la presencia de Dios. Esta cueva es sagrada para mi; es de mi elección. No habrá más derramamiento de sangre de los toros. Donde las rocas se abran de par en par, los pecados de los hombres serán perdonados. Lo que se pida aquí en oración será concedido. Por lo tanto, dediquen la gruta a culto cristiano".
Pero a pesar de esta manifestación el obispo dudaba. Más tarde, el pueblo de Gargano se veía amenazado por una invasión, y el Arcángel se le volvió a aparecer al obispo y le prometió victoria para el pueblo, si confiaban y tenían fe. Así fue. El obispo en gran angustia se veía dividido entre dudas y la petición de San Miguel de construir la Iglesia en la gruta.
Un año más tarde, el obispo fue donde el Papa a pedir dirección. Este le envío junto con sacerdotes a estar tres días de oración y ayuno fuera de la cueva y pedir la asistencia del Arcángel para discernir la voluntad de Dios. San Miguel se le aparece de nuevo y ordenó al obispo entrar a la cueva: "No es necesario que me dediques esta Iglesia, yo mismo la he consagrado con mi presencia. Entra y bajo mi asistencia, ora y celebra el sacrificio de la Misa. Te enseñare como yo mismo he consagrado este lugar".
Al entrar, el obispo se encontró dentro un espléndido altar revestido de mantel rojo y una cruz de cristal. En la entrada había una huella de pie, confirmando la presencia del Arcángel.
Al entrar, el obispo se encontró dentro un espléndido altar revestido de mantel rojo y una cruz de cristal. En la entrada había una huella de pie, confirmando la presencia del Arcángel.